Que la petrolera Shell -o cualquier otra, en realidad,- incluya en su informe anual una serie de alusiones al cambio climático es ya de por sí un importante avance. Pero si además éste se plantea como un problema global que exige una solución también conjunta y decidida, entonces tenemos que frotarnos los ojos para despertar…
Pero no, no estamos soñando. Tal mención, y en los términos apuntados, se puede leer en dicho documento, presentado la semana pasada. Shell no tiene problema en afirmar que es «alentador ver que los gobiernos lleguen a un acuerdo sobre el clima mundial en París en diciembre». O, por ejemplo, que el acuerdo «ahora debe alentar a los países a desarrollar políticas que equilibren las preocupaciones ambientales para permitir una calidad de vida digna para más personas». ¿Pero, es oro todo lo que reluce?
¿El gas, un hidrocarburo limpio?
¿Dónde está la trampa?. Hagámonos una tercera pregunta para contestar a las dos anteriores. Utilizando el sentido común, por simple coherencia: ¿Qué está dispuesta a hacer Shell para ayudar? Como petrolera concienciada sería lógico que anunciara una transición a la inversión en energías verdes. O, si no queremos ir tan lejos y pecar de ingenuos sí, al menos, un discurso coherente.
¿Su aportación? En el informe se propone el gas (sí, otro hidrocarburo, y ni media mención a las energías renovables) como alternativa verde al petróleo, por considerarlo el hidrocarburo «más limpio»:
Sabemos que la comprensión de las necesidades futuras de energía del mundo nos ayudará a mejorar nuestra competitividad. Hemos evolucionado a lo largo de las últimas décadas de una compañía que se centró casi exclusivamente en el petróleo a ser uno de los principales proveedores mundiales de gas, el hidrocarburo más limpio cuando se quema.
Un pasado chivato
Recordemos que recientemente, con la ayuda del gobierno británico, la petrolera logró recortes en la estrategia política energética europea contra el cambio climático. Según destapó el periódico The Guardian, que desaparecieran objetivos obligatorios de eficiencia energética y de energías renovables se lo debemos a la petrolera, en su rol de lobby con respecto al gobierno conservador británico.
Consiguieron lo que pretendían: hacer desaparecer del texto final los objetivos nacionales obligatorios de eficiencia energética y de energías renovables. Por otra parte, se probó que presionó a Durao Barroso desde 2011, primer ministro portugués.
Ya entonces dejaron bien claro que el gas era una opción interesante por motivos de competitividad de Europa. En una carta enviada por el director ejecutivo de Shell a Barroso se explicaba que el gas era «bueno para Europa» por lo «bien situada que está en este sector», aconsejando dejar la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero como un objetivo climático que abordar para «después de 2020».
Es decir, a sabiendas de que frente a las renovables el gas supone prolongar las emisiones, quería gas. Ahora, en su último informe anual, un documento público, el gas sigue presentándose como una alternativa al petróleo, pero todo parece mucho más bonito.
Esa es su manera de combatir el cambio climático, proponiéndonos un hidrocarburo. O, lo que es lo mismo, el aumento del nivel del mar, conflictos sociales, muertes, desastres ambientales, sequías crónicas, tormentas y un sinfín de eventos extremos.
Además, el fracking no es un medio de extracción inocuo, precisamente. Muy al contrario, este método de exprimir el subsuelo planetario y extraer hidrocarburos está relacionado con cánceres, movimientos de tierra y el agua subterránea contaminada.
Así es el negocio por el que Shell apuesta para «contribuir» en la lucha por el calentamiento climático y, peor aún, quiere que el mundo elija como alternativa el petróleo. En lugar de apostar por las renovables, jugárnoslo todo, el futuro del planeta a un solo número que no está en la ruleta.
¿Y, qué hay de su retirada del Ártico? Una simple operación de marketing sumada a una tremenda presión mediática y, sobre todo, a las decepcionantes pruebas realizadas. Si no se hubieran «roto los dientes», tal y como define Le Monde el resultado de las arriesgadas exploraciones realizadas, muy probablemente estarían todavía allí. De hecho, resulta difícil confiar en que renuncien a ello en el futuro.