El cambio climático muerde más o menos fuerte en función del evento extremo de que se trate, de sus características y fuerza destructora. Pero padecerlo más o menos, es decir, lograr adaptarse a él o combatirlo con mayor o menor eficacia depende de las armas que se tengan, lo que hace especialmente vulnerables a las sociedades pobres.
Sirva de ejemplo la reacción que ha tenido el área neoyorquina de Wall Street tras el paso del devastador Sandy, el último huracán sufrido. En tan sólo unos meses han gastado millones de dólares para mejorar las infraestructuras (sistemas eléctricos, compuertas, etc.) con vistas a que el próximo huracán no les afecte tanto. Por contra, en el barrio costero de Rockaways, de menos posibles, no hay nada de esto.
Sin compuertas ni refuerzos de ningún tipo, el huracán se dejará sentir con mayor virulencia que en Wall Street. Por lo tanto, mitigar el cambio climático exige una previa equidad social a nivel urbano y, por supuesto, global.
Las tres respuestas
Ante esta triste y cruda realidad, el asesor de la Casa Blanca John Holdren distingue tres posibles respuestas al cambio climático: la adaptación, la mitigación, y el sufrimiento.
La mitigación no es otra cosa que una disminución del peligro atacando la raíz del problema. Consiste, lógicamente, en reducir las emisiones de carbono mediante la paultina dependencia de fuentes alternativas de energía. Así, los combustibles fósiles quedarían relegados a un lugar muy secundario.
Por su parte, la adaptación se orienta a beneficiar a todos por igual. Las políticas han de invertir grandes capitales públicos en infraestructuras que minimicen el impacto del cambio climático. De no hacerse, las cosas seguirán como hasta ahora, es decir, habrá una distribución muy desigual del sufrimiento entre ricos y pobres.