Créditos de carbono individuales


La compraventa de créditos de carbono, que dan derecho a emitir dióxido de carbono a la atmósfera a cambio de invertir en proyectos que compensen de algún modo esas emisiones, es una iniciativa (no exenta de polémica) que se lleva a cabo desde hace algún tiempo por parte de empresas y países, los grandes actores de la comunidad internacional. Pero ¿qué ocurre en el ámbito individual? ¿Qué puede hacer cada persona como individuo?

En la isla Norfolk, en el Océano Pacífico, han pensado que es una buena idea ofrecer esa posibilidad a los ciudadanos, que puedan ser más responsables con el medio ambiente y aportar su granito de arena en la lucha contra el cambio climático. Se trata de un proyecto que ofrecerá la posibilidad de adquirir créditos carbono de manera individual, del mismo modo que lo hacen las empresas en el ámbito global.

Así, este proyecto, pionero en todo el mundo, otorgará a cada ciudadano de una tarjeta carbono que funcionará basándose en el principio de «quien contamina, paga». La idea ha surgido de la Universidad Southern Cross y también colabora el Instituto Australiano de Investigación y otras dos universidades australianas, así como con un grupo de voluntarios de la isla Norfolk.

El lugar elegido para llevar a cabo este proyecto no se ha elegido al azar. El profesor Garry Egger, que impulsa el proyecto, piensa que la población de Norfolk reúne las características adecuadas para poner en marcha un proyecto de estas características, ya que es pequeña, está aislada y sus habitantes están muy comprometidos con el medio ambiente. De hecho, en su bandera se puede ver el pino de la isla Norfolk, un árbol emblemático, original de la isla, pero popular en toda Australia, un símbolo de respeto al medio ambiente, en definitiva.

El funcionamiento es sencillo. Los ciudadanos reciben una tarjeta de crédito con un determinado número de créditos de carbono. Transcurrido un año, se hará un recuento. Aquellos que aún conserven créditos sin utilizar, podrán canjearlos en el banco por dinero. En cambio, quienes hayan consumido carbono de más tendrán que comprar créditos que compensen lo que han contaminado de más. La idea es ir reduciendo progresivamente la cantidad de créditos cada año. De momento, la participación no es obligatoria. No hay duda de que, si se implantara en todo el mundo, sería la mejor manera de reducir las emisiones: cuando te tocan el bolsillo, duele.

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