El cambio climático amenaza la absorción oceánica de CO2


Las aguas del todavía muy desconocido y, por lo tanto, tremendamente misterioso Océano Austral, absorben ingentes cantidades de CO2 en sus profundidades. Tal y como lo explican los científicos, este gran océano que rodea la Antártida es una gran ventana que conecta la atmósfera con el interior del océano, almacenando carbono en sus aguas. Pero esto de tragarse las emisiones que aceleran el cambio climático podría tener los días contados, precisamente a consecuencia del mismo calentamiento planetario.

El problema lo han identificado científicos con su hallazgo sobre el proceso que permite que el CO2 viaje hasta aguas de alrededor de 1000 metros de profundidad. Concretamente, investigadores británicos y australianos han descubierto que la absorción de CO2 hasta aguas profundas se realiza no de modo uniforme, como se creía hasta ahora, sino a través de la combinación de vientos, corrientes y remolinos.

La interacción de estos procesos físicos son los que propician que el carbono antropogénico (dióxido de carbono generado por la actividad humana) se capte en la superficie de las aguas y termine siendo almacenando en las profundidades del océano, donde termina atrapado durante miles de años.

Pero conocer estos mecanismos también supone temer nuevas amenazas, pues el cambio climático podría modificar estas corrientes, remolinos y vientos, impidiendo esta captación de carbono en el océano.

Para hacernos una idea de la dimensión del problema que tendríamos si estos patrones cambian, tengamos en cuenta que alrededor de una cuarta parte del carbono antropogénico en el planeta está sumergido en agua marina, y que el 40 por ciento de éste se encuentra en el Océano Austral.

Las conclusiones fueron publicadas en la revista Nature Geoscience, y los trabajos se llevaron a cabo por el British Antartictic Survey (BAS) y la Agencia Nacional de Investigación de Australia (CSIRO). Sus conclusiones, por otra parte, las hicieron posibles sondas robóticas de poco más de un metro de longitud que permiten estudiar los modelos climáticos oceánicos a profundidades superiores a los 2 kilómetros.

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