Los bosques en América del Norte podrían absorber en el futuro más dióxido de carbono (CO2) de lo que se pensaba, contribuyendo a reducir el impacto del cambio climático, según un estudio elaborado en Estados Unidos. El papel que los árboles desempeñarán en el futuro en relación con el calentamiento global es intensamente debatido por los científicos, ya que son los grandes secuestradores de CO2.
Hay que aclarar que algunos expertos han advertido en el pasado que el crecimiento y la mayor capacidad de los bosques de absorber CO2 no debe exagerarse. El aumento de CO2 en la atmósfera estimula el crecimiento de los árboles. Pero, además, los árboles tendrán mayor capacidad de absorber dióxido de carbono reduciendo el impacto del cambio climático.
Sin embargo, este proceso tiene un límite. Las plantas requieren algo más aparte de CO2 para realizar la fotosíntesis. En primer lugar, también necesitan agua, algo que es, sin duda, un factor limitante. Y también necesitan nutrientes. Por tanto, aunque haya CO2 de sobra, el efecto de fertilización con este gas de efecto invernadero no funcionará sin la incorporación adicional de nutrientes, en especial, de nitrógeno.
Un nuevo estudio indica, por otra parte, que el efecto fertilización sería más potente y duradero de lo que se pensaba. Científicos de la Universidad de Michigan han creado un bosque experimental de poco más de quince hectáreas en el noreste de Wisconsin (EE UU) en el que simularon las condiciones atmosféricas que se estima existirán en la segunda mitad de este siglo.
Los investigadores bombearon continuamente dióxido de carbono hacia las copas de álamos, abedules y arces plateados durante doce años, entre 1997 y 2008. El resultado fue que algunas de las suposiciones actuales sobre la respuesta de ecosistemas a mayores cantidades de CO2 atmosférico deberán ser revisadas. Algunos de los árboles también fueron sometidos a altos niveles de ozono, para simular el aire más contaminado del futuro.
Los árboles continuaron creciendo a un ritmo acelerado durante esos doce años. En los últimos tres años del experimento, los árboles crecieron un 26% más que otros expuestos a niveles normales de CO2. En definitiva, los árboles fueron más eficientes en la obtención de nitrógeno del suelo, que, a su vez, era más abundante y estaba disponible.
La mayor cantidad de hojas caídas y en descomposición aumentó el ritmo el que los microorganismos devolvían nitrógeno al suelo. Expuestos a mayores niveles de CO2, los árboles fueron más eficientes en la obtención de ese nitrógeno.