El deshielo del permafrost que se está produciendo en ecosistemas montañosos de gran altitud puede estar favoreciendo el calentamiento global. Hasta ahora, siempre se había pensado que ayudaban a la captura de CO2. Sin embargo, un nuevo estudio arroja nuevos datos: se emite más CO2 del que se está capturando anualmente. Esto puede favorecer la creación de un circuito de retroalimentación que aumentaría el calentamiento global, aparte de hacer crecer las emisiones de CO2 en el futuro.
El estudio
Este estudio, realizado en el Instituto de Investigaciones Alpinas y del Ártico (INSTAAR), ha puesto de manifiesto que la fusión del permafrost está cambiando el hecho de que los bosques sean sumideros vitales de carbono.
Y es que, si el suelo de tundra previamente congelado se descongela y se expone por primera vez en años, sus nutrientes quedan dispuestos para que los microbios los consuman.
Además, estos microorganismos microscópicos tienen la ocasión de disfrutar todo el año de ellos con las condiciones ambientales adecuadas, puesto que están activos también durante el invierno a diferencia de las plantas.
El estudio reflejó que los paisajes de tundra barridos por el viento a más de 3.500 metros emitían así más CO2 del que capturaban, siendo una fracción de ese CO2 relativamente antigua durante el invierno.
Esto lleva a sugerir una actividad microbiana durante todo el año que es mayor a la que inicialmente se creía y que se produce incluso aunque no haya una capa de nieve aislante profunda.
Estas conclusiones hacen pensar a los investigadores que, aunque las contribuciones netas de CO2 de las tundras alpinas son pequeñas en relación a su capacidad de secuestro, este efecto descubierto puede convertirse en un contrapeso que dificultaría las reducciones de CO2 en la atmósfera en estos ecosistemas. Una situación que debe tenerse en cuenta de cara a proyecciones futuras sobre el calentamiento global.
El análisis
Para llegar a estas conclusiones, se ha medido la transferencia de CO2 de superficie al aire durante el período comprendido entre los años 2008 y 2014, además de recolectar muestras de CO2 del suelo. Igualmente, se empleó la datación por radiocarbono para calcular cuánto tiempo se había estado formando el carbono del CO2 que estaba presente en el paisaje.
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