Las selvas no son ecosistemas que sufran habitualmente sequías. Pero el calentamiento global cambia todo lo esperado. En la Amazonia, la gran selva de América, hay una zona que está sufriendo una intensa sequía. Y no nos referimos a una pequeña extensión de terreno: afecta a un espacio que tiene el doble de tamaño que el estado de California.
Esta pertinaz sequía comenzó en 2005. El estudio ha sido elaborado por expertos de la NASA. La duración de casi una década ha hecho que se superpongan dos sequías, ya que, desde 2010, se vive otro periodo de sequía y los daños en algunas zonas del sur y el oeste de la selva son terribles.
¿Son éstas las primeras señales de una potencial degradación a gran escala provocada por el cambio climático global? ¿Tiene solución o es un proceso ya irreversible? El equipo internacional de investigación ha sido dirigido por Sassan Saatchi, de la NASA, y ha analizado más de una década de datos (entre 2000 y 2009) provenientes de los satélites.
Durante el verano de 2005, más de 700.000 kilómetros cuadrados de selva virgen de la Amazonia experimentaron una sequía intensa y extensa que provocó peligrosos cambios en la cubierta vegetal, es decir, en la masa forestal formada por las copas de los árboles.
Dichos cambios sugieren que la sequía causó daños severos que incluso provocaron la caída de algunos árboles, sobre todo, los más viejos, grandes, en definitiva, a los que más afecta la sequía.
Se libera CO2
Años después, llovió lo habitual en esa parte de la selva. Parecía que el peligro se había conjurado. Pero los daños sufridos persistieron hasta que llegó la siguiente gran sequía, en 2010. Así, en la práctica, era sequía sobre sequía. La cubierta forestal no tuvo tiempo de recuperarse.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que, en los últimos años, también han aumentado los incendios forestales en la selva debido al calentamiento global, lo que ha producido la muerte de muchos árboles. Estas sequías (por la muerte de los árboles y por los incendios) liberan grandes cantidades de dióxido de carbono (CO2) porque la madera se descompone, lo que, a su vez, contribuye al cambio climático. Un fenómeno que se retroalimenta y que hace cada vez más difícil la recuperación.