El mayor reto de la actualidad es la lucha internacional contra el cambio climático. Olvidaos de la crisis, de la refundación de Europa y del capitalismo y todos esos problemas inventados por los que están arriba. Si desaparece el euro, vendrá otra moneda o volveremos al trueque, si desaparecen los políticos que nos desgobiernan, aparecerán otros o nadie nos gobernará; seguiremos viviendo, en cualquier caso. Pero si desaparece el planeta, no tenemos otro de repuesto.
Un grupo minoritario de empresas multinacionales se encuentran entre las más contaminantes del mundo y son las que se benefician del cambio climático. ¿Qué empresas son? ¿Quién no quiere que la humanidad avance en esta lucha? La organización Greenpeace ha publicado el informe ¿Quién nos impide avanzar? cuando se está celebrando la cumbre del clima de naciones unidas COP 17 en la ciudad de Durban, Sudáfrica, quizá la última oportunidad para salvar el planeta. (Las empresas son las responsables de poner trabas a la lucha contra el cambio climático, pero los políticos son cómplices de permitirlo; los ciudadanos no podemos elegir a las juntas directivas de esas empresas, pero sí podemos elegir a los que nos gobiernan; parece que lo hemos olvidado).
El documento publicado por Greenpeace revela cómo un grupo de grandes empresas, las más contaminantes, aún muy poderosas, entre las que se encuentran Eskom, BASF, Arcelor Mittal, BHP Billiton, Shell o Industrias Koch, y muchas otras, están influyendo en los Gobiernos y en el proceso político de la legislación climática. A estas empresas no les conviene que las medidas internacionales para enfrentar la crisis del clima supongan un coste económico para ellas. Creen que la economía mundial y el clima están al servicio de sus beneficios. No quieren pagar por destruir el planeta, un planeta en el que vivimos todos.
Porque el fenómeno no tiene precedentes. La contaminación que se produce en, pongamos por caso, Europa, está afectando a las islas del Pacífico. Una empresa química con una fábrica en Alemania puede hacer que una isla al otro lado del mundo desaparezca bajo las aguas. ¿Cómo controlar eso? ¿Qué pueden hacer lo habitantes de esa isla para que la empresa química deje de contaminar? Nada.
Ellos ponen las mismas excusas de siempre. Que hay que avanzar en la técnica, en la innovación, en las nuevas tecnologías, que la economía global no puede enfrentarse ahora a un reto así. Pero todo es una invención. La economía se puede enfrentar a lo que elijan los que la gestionan. Y, además, no hay más tiempo, no podemos esperar a que la economía se recupere (que, por otra parte, lo hará cuando ellos quieran). Las grandes industrias contaminantes obstaculizan el proceso, mientras siguen emitiendo, conservan sus privilegios, logrados durante décadas comprando Gobiernos, y el modelo energético persiste en el tiempo.
Durban es el momento
Durban es el lugar y el momento para cambiar esto, para que los Gobiernos, de una vez, escuchen a la gente y no a las empresas contaminantes.
En el informe, disponible en la web de Greenpeace, se señalan los trucos que las empresas contaminantes usan para entrampar a los políticos y para engañar al público. La red de influencia no es sólo con los dirigentes de los países, sino también hay naciones en pugna entre sí.
Como acción paralela al informa, Greenpeace ha lanzado una polémica campaña de comunicación directa con las imágenes del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, del primer ministro de Canadá, Stephen Harper, del Jefe de la Comisión Europea, Manuel Barroso, y del presidente de Sudáfrica, Jacob Zuma, con sus caras compuestas por logotipos corporativos.
La cumbre de Durban es la última oportunidad para garantizar un pico máximo en las emisiones globales en 2015, para apostar por la ciencia para lograr una reducción de las emisiones, para asegurar la continuidad del Protocolo de Kioto, para atender las necesidades de los países y comunidades más vulnerables, en fin, para salvar el planeta de un punto sin retorno al que nos encaminamos.