El problema es complejo. O quizá sería más acertado decir que es complejo porque sólo se ve desde la perspectiva económica. Pero, hasta que el punto de vista medioambiental sea el principal, la situación es la que es y hay que enfrentarse a ella desde un análisis objetivo de la realidad.
La realidad es que existe el cambio climático y que, para mitigarlo, hay que disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Para ello, la Unión Europea decidió tomar una medida: que todas las aerolíneas pagaran por el exceso de emisiones contaminantes. Y comenzó la guerra (económica): China e India se niegan a pagar y puede haber represalias comerciales contra empresas europeas. ¿Cuánto puede durar esta situación? ¿Por qué China, India y otros países no quieren colaborar (de este modo) en la lucha global contra el cambio climático?
Lo primero que hay que tener en cuenta es que la medida se basa en el precepto de «quien contamina paga». Es, hay que repetirlo, un punto de vista económico de aproximarse al problema. Pero, ¿las empresas, los países, los ciudadanos, reducirían sus emisiones sólo por beneficiar al medio ambiente, si no existieran las represalias económicas? Seamos sinceros: sólo una pequeña minoría lo haría.
También hay que señalar que la Unión Europea ha tomado esta decisión de forma unilateral, sin consensuarla con otros países. Pero, por otra parte, ¿de qué sirve intentar llegar a acuerdos en reuniones interminables, como las Cumbres del Clima, si, al final, hay países que no están dispuestos a colaborar?
La Unión Europea permite emitir a las aerolíneas sin pagar ni un euro extra. Pero hasta cierto límite. Lo que pretende es que las emisiones en el sector de la aviación (que llegan a constituir un 3% del total de Europa) no se disparen. De hecho, el objetivo es que vayan disminuyendo paulatinamente.
Este primer año, el cupo cubre el 97% del total de las emisiones del sector aéreo. No parece difícil de cumplir. Entonces, ¿por qué se ha montado esta guerra comercial?
Rusia, India, China, Estados Unidos y otros 19 países han firmado un documento en el que rechazan la medida. Algunos, como Estados Unidos y Canadá (recordemos que este último salió del Protocolo de Kioto hace unos meses porque no iba a poder cumplir con los objetivos de reducción de emisiones) han optado por la vía judicial (sin éxito), mientras que otros, especialmente China e India, han comenzado la guerra comercial (es curioso, por cierto, que un país comunista como China sea el más férreo defensor de las teorías neoliberales de libertad de mercado). Estos dos países han ordenado a sus aerolíneas que no faciliten los datos de sus emisiones y, en todo caso, que no paguen por los derechos de CO2. Ocho aerolíneas chinas y dos indias no han facilitado sus registros de emisiones.
Sanciones que no se cumplen
Ante esta insumisión, de momento, la Unión Europea ha optado por la vía diplomática y ha enviado a un emisario a Pekín, Mathew Baldwin, quien aseguró que «cualquier sanción todavía se contempla muy lejana». ¿De qué sirve una ley si los infractores no reciben multas cuando la incumplen?
Li Jiaxiang, el portavoz de la Administración de la Aviación Civil china, lo ha dejado bien claro: «las aerolíneas son una industria global, cualquier política regional no debe oponerse al desarrollo económico». Es decir, que el desarrollo económico no se puede frenar por ninguna razón, sea el cambio climático o el medio ambiente, o sean los derechos de los trabajadores. Esta teoría económica llevada al extremo es muy peligrosa.
El verdadero problema es que los países y las grandes empresas no quieren perder la posición privilegiada que tienen en este sistema económico, un sistema que necesita el desarrollo económico para pervivir. Pero ese tiempo ha pasado. Las personas son más importantes que el crecimiento de las empresas, el medio ambiente es más importante que los viajes de miles de pasajeros en aviones contaminantes.
Sólo hay una solución: una economía realmente sostenible como paso previo al decrecimiento.