La calidad del vino francés depende muy mucho del clima, y el delicado equilibrio de éste a consecuencia del calentamiento global hace temer que pronto, demasiado pronto, acabe afectándole de forma decisiva.
El suelo y el agua son factores de gran importancia para la elaboración de un vino comme il faut, que cumpla los exigentes niveles de calidad galos. Por lo tanto, las variaciones que pueden sufrir y que, de hecho, ya están padeciendo a raíz del cambio climático, será lo que finalmente tenga la decisión final sobre el resultado.
Las temperaturas se elevan, el ecosistema se modifica y a la hora de la cata no se obtienen valoraciones óptimas y el bouquet se resiente, así como el sabor. El que era un caldo maravilloso se va al traste por transformaciones en la materia prima: uvas con baja acidez y demasiado azúcar que tampoco maduran correctamente. Resultado: un sabor que destaca tanto el sabor del alcohol como de la fruta de un modo empalagoso.
Un vino de peor calidad
¿Entonces, habrá que cultivar los vinos en los polos, cada vez más cálidos? Parece una exageración, y en realidad no deja de serlo, pero sí es cierto que las regiones norteñas están viendo subir sus mercurios, asemejándose a lo que ya han dejado de ser las zonas situadas más hacia el sur, tradicionalmente vitícolas.
Los enólogos franceses están preocupados, pues perciben que el cambio climático es una serie amenaza para cosechar un vino exquisito, que acabará convirtiéndose en una especie de bombas de sabor a frutas con alcohol, cuyo protagonismo le impediría hacer un gran papel como acompañantes en las comidas.
Una solución socorrida podría ser el cambio de especies plantadas en función de la zona para mejorar los resultados frente al cambio climático, ya que hay algunos tipos de vid más resistentes al calentamiento. Sin embargo, tampoco parece viable, al menos a corto plazo, pues hacerlo significaría perder la denominación de origen por el estricto sistema de clasificación francés de vinos.