La agroecología ayuda a frenar el cambio climático

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Con la celebración de la COP25, el sector primario ha estado en el punto de mira al difundirse datos sobre su actividad que contribuyen al cambio climático. Sin embargo, esta actividad es necesaria porque la agricultura y la ganadería proveen de alimentos que son básicos para la humanidad. La solución puede venir de la mano de la agroecología. Pero, ¿en qué consiste?

El concepto

La agroecología es producir alimentos mientras se aumenta la capacidad de los ecosistemas de regular el clima. Además, son producciones que no dependen de combustibles fósiles ni de otros insumos como los abonos nitrogenados.

Es un sistema con el que se cierra el ciclo de materia y energía y que evita que los suelos actúen como sumideros y que esta capacidad entre en los mecanismos de mercado que se negocian.

Para la implantación de este modelo, se requiere de una serie de cambios importantes tanto sociales como económicos, comprendiendo principalmente el compromiso de los gobiernos para facilitar estos procesos con políticas públicas para dignificar la actividad agraria, favorecer el acceso a las alternativas que ya existen y agilizar esta transición.

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Revertir la solución

La agroecología es vista como la solución por parte de Ecologistas en Acción que en la pasada Cumbre Social por el Clima presentó el informe ‘Agroecología para enfriar el planeta’.

Con este sistema se pretende reducir el impacto de esta actividad, que depende de fertilizantes de síntesis, pesticidas y energía fósil. Es un sistema de producción que genera emisiones. Por ejemplo, las vinculadas con la agricultura, silvicultura y otros usos del suelo representan el 24% del total de las emisiones antrópicas.

Los datos del Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medioambiente evidencian, además, que las emisiones derivadas de la agricultura crecieron el 2,9% en 2017 en relación con el año anterior.

Y eso no es todo. También se pone de manifiesto que los procesos de degradación asociados al cambio climático afectan sobre todo a regiones empobrecidas, aparte de tener graves repercusiones para la agricultura.

Por ejemplo, un incremento de la temperatura de dos grados centígrados supone unas pérdidas de entre el 8% y el 14% en la producción del maíz o de entre el 7% y el 10% en la de pastos.

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