Para los expertos, los incendios activos en Valencia son algo que se veía venir, consecuencia del cambio climático y de una situación de abandono que convierte el monte mediterráneo en una auténtica bomba de relojería. De cara al futuro advierten que se esperan incendios más intensos y con mayor riesgo para la población, como de hecho ya ha ocurrido en Cortes de Pallás y Andilla, cuyos montes quemados son chimeneas de dióxido de carbono y también representan un peligro en caso de que venga la gota fría.
En el capítulo de las causas, uno de los problemas es un monte que no está en condiciones: «No hay ni aprovechamiento de leñas ni gente; se han abandonado cultivos y no existe ganadería porque no es rentable, lo que provoca la maleza y es una bomba de relojería que estalla cuando hay mucho calor, viento de poniente o alguien causa una chispa», explica José Andrés Torrent, investigador de la Universidad Politècnica de València (UPV).
Además del abandono del monte y, lógicamente, de la falta de políticas de gestión de biomasa, otra de las razones es el calentamiento global: «el cambio climático y la sequía provocan una situación diferente en la que hay que tener más cuidado», apunta Millán Millán, ex director del Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo (CEAM).
Además del desastre ambiental que supone que se hayan quemado 48.583 hectáreas entre los dos incendios, aún en vías de extinción, estamos ante «una catástrofe de dimensiones enormes no sólo por la pérdida de biodiversidad y capa vegetal sino, sino también en el caso de que venga una gota fría, que el agua baje más deprisa de lo normal», dice Manolo Jordan, coordinador de la Asociación Cultural para la Recuperación del Bosque (Acrebo). «Además de la desaparición del paisaje, estos incendios traerán otras consecuencias, como inundaciones y la emisión de CO2«, concluye Torrent.