Unos oficinistas de la ciudad china de Wuhan no podían creer lo que estaban viendo por las ventanas: en un instante, el aire se hizo parduzco, y una especie de bruma entre amarillenta y verdosa lo ocupó todo. De forma súbita, el aire de la ciudad se pintó de un color bien feo. Como ellos, en cuestión de minutos todos los habitantes de esta urbe quedaron envueltos en una densa nube de color amarillento cuya procedencia se desconoce.
Por desgracia, especialmente en China, la polución atmosférica es una terrible cuestión. Sobre todo para las megalópolis como Wuhan, una ciudad con fuerte presencia industrial de unos nueve millones de habitantes. Pero en esta ocasión el episodio ha llegado demasiado lejos, y no sólo por su aparatosidad visual, sino por la incertidumbre provocada entre la población, que desconfía de la versión oficial. Algo lógico, porque los responsables políticos atribuyen el problema a una inverosímil quema de grandes cantidades de paja por los campesinos.
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